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Técnicas Narrativas

Foto del escritor: Escuela DuncanEscuela Duncan

Actualizado: 14 jun 2021

El flujo de la Conciencia



Hoy en nuestro apartado de Literatura y escritura creativa vamos a abordar la técnica del Flujo de la conciencia, un método de narración que describe la corriente de pensamientos en la mente de un personaje. Se caracteriza por la afluencia de diversas ideas, conectadas entre sí, alternándose con una variada descripción de estímulos internos y externos que atraviesan la conciencia del personaje en un momento dado.

En el flujo de la conciencia vamos a encontrar algunos de los siguientes recursos narrativos: conexión del inconsciente con la observación del ambiente exterior, inclusión de sensaciones internas, asociación dispar y desorganizada de las ideas, y muchas otras que abordaremos posteriormente, y que reflejan el retorno constante de asociaciones imprevistas que surgen del intercambio entre estos dos mecanismos de la psique: la consciencia y el inconsciente.

Comenzaremos por definir el concepto de flujo de la conciencia, origen del concepto, aplicación literaria, usos terminológicos, antecedentes literarios, desarrollo y representantes más significativos como Virginia Woolf o James Joyce entre otros… Expondremos la técnica del flujo, características, recursos y composición narrativa… finalizaremos con un fragmento de Las olas, que ejemplifica su técnica y con la propuesta de un ejercicio de sensibilización escrita, que os sirva para poner en práctica los recursos aprendidos.

El término Flujo de la conciencia fue acuñado por primera vez por el Psicólogo William James en su obra Principios de la Psicología, publicada en 1890. Con este concepto W.James explica la forma en la que los pensamientos emanan y circulan por la mente, describiendo la consciencia en términos de un “flujo” o “corriente” : una sucesión continua de experiencias a través de la que seleccionamos y dirigimos nuestra atención hacia determinados estímulos. Son las ideas, imágenes, sentimientos, sensaciones, pensamientos, etc., que aparecen y desaparecen constantemente en nuestra consciencia. Este concepto fue transferido de la Psicología a la literatura por primera vez por May Sinclair. La escritora británica (profundamente conocedora del Psicoanálisis) acuñó el término en un artículo escrito en 1918 en torno a la novela Peregrinación de Dorothy Richardson. La literatura modernista instauró y desarrolló ampliamente esta técnica. Tres obras, escritas en la misma década, sentarían las bases del fujo de la conciencia, tres grandes obras del siglo XX que rompen con las estructuras establecidas hasta el momento: El Ulises, de James Joyce (1922), El ruido y la furia, de William Faulkner (1929), y Las olas de Virginia Woolf en (1931).

Podemos encontrar otras denominaciones como sinónimos del concepto de flujo de la conciencia, si bien no todos los autores y autoras, estudiosos o estudiosas, comparten estas analogías terminologías. Otros términos usados son: monólogo interior autónomo, denominado así por Dorrit Cohn, como monólogo interior indirecto, tal y como lo califica Andeson Imbert o el término acuñado por Genette para referirse a este tipo de recurso: el discurso inmediato. Particularmente considero al monólogo interior y al flujo de la conciencia como dos técnicas distintas, y en el apartado correspondiente a las características del flujo, desarrollaré estas diferencias.

Antecedentes: William James y Édouard Dujardin

Édouard Dujardin, a quien se atribuye la paternidad del monólogo interior, en su uso literario, dijo en 1931 que «El monólogo interior es […] el discurso sin oyente y no pronunciado, mediante el cual un personaje expresa su pensamiento más íntimo, el más cercano posible del inconsciente, anterior a toda organización lógica…».

Según el propio Dujardin, su objetivo es «evocar el flujo ininterrumpido de pensamientos que atraviesan el alma del personaje a medida que surgen y en el orden que surgen, sin explicar el encadenamiento lógico (…), por medio de frases en las que se ha reducido al mínimo relaciones sintácticas, de forma que da la impresión de reproducir los pensamientos tal y como llegan a la mente». En su obra Han cortado los laureles se utiliza el monólogo interior por primera vez en la literatura.

“…duerme; yo siento que me estoy durmiendo; se me cierran los ojos… aquí está su cuerpo, su pecho que sube y sube; y el tan suave perfume mezclado… la hermosa noche de abril… dentro de un rato pasearemos… el aire fresco… nos iremos… dentro de un rato… las dos velas… ahí… por los bulevares… “te amo más que a mis corderos”… te amo más… esa chica, ojos descarados, frágil, labios rojos… la habitación… la chimenea alta… la sala… mi padre… los tres sentados, mi padre, mi madre… yo… ¿por qué mi madre está pálida?

La obra fue publicada en cuatro entregas en el año 1887 y James Joyce declararía posteriormente la influencia literaria que tuvo esta obra tuvo en él. Podemos considerar a Édouard Dujardin como el inventor de este método de escritura, que refleja la corriente imparable del pensamiento… Una técnica que nos muestra el devenir ilógico, frenético de las ideas, de la fantasía, del imaginario que parlotea sin cesar en nuestras cabezas… La búsqueda del lado oculto de la mente, las referencias sensoriales, de las interconexiones que surgen del azar, de la incoherencia eran impulsos para la creación simbolista, movimiento al que pertenecía Dujardin, que si bien ha pasado a la historia por su novela Han cortado los laurales, y como pionero de las narrativas del flujo del pensamiento, desarrolló su labor creativa, fundamentalmente, como dramaturgo y poeta.

A continuación veremos en qué consiste la idea del flujo de la consciencia, desde el punto de vista de la Psicología, concepto acuñado por primera vez por el psicólogo William James en su obra Principios de la Psicología. James, como muchos otros pioneros de la Psicología, deseaba explorar los contenidos de la consciencia, conocer la forma en la que llevamos a cabo la compleja acción de “pensar”, y además, determinar los procesos mediante los cuáles nos hacemos conscientes (nos percatamos de nuestro propio acto de pensamiento, nos damos cuenta de que estamos pensando). En esta obra, publicada en 1890, James definió la conciencia como un flujo o corriente: una sucesión continua de experiencias a través de la que seleccionamos o dirigimos nuestra atención hacia ciertos estímulos. En este flujo constante forma parte de un mismo flujo consciente donde conectamos los pensamientos pasados con los actuales. Los estados mentales se suceden unos a otros. No existen de forma aislad, no se da ningún pensamiento que no esté interrelacionado con otro, sino que todos ellos se encuentran en una misma corriente de consciencia continua, independientemente de la temporalidad e incluso de lo que podamos anticipar o decidir.

Cuatro propiedades descriptivas del Flujo de Consciencia

Según Tornay y Milán (1999) existen cuatro propiedades descriptivas que James atribuye al flujo de consciencia:

1-. Cada estado mental tiende forma parte de una consciencia personal

2-. Dentro de la consciencia personal, los estados mentales se encuentran en constante cambio

3-. La consciencia personal es continua

4-. La consciencia fija el interés en algunas partes de su objeto, excluyendo otras, y elige entre ellas.




... la habitación… la chimenea alta… la sala… mi padre… los tres sentados, mi padre, mi madre… yo… ¿por qué mi madre está pálida? Me mira… vamos a cenar, sí, en el bosquecillo… la criada… traiga la mesa… Lea… pone la mesa… mi padre… el portero… una carta… ¿una carta de ella?… gracias… una ondulación, un rumor, un amanecer… y ella, por siempre la única, la primera amada, Antonia… todo brilla… ¿se está riendo?…


HAN CORTADO LOS LAURELES ( Fragmento )


Aún no había salido el sol. El mar no se distinguía del cielo, salvo por unos ligeros pliegues, como un paño arrugado. Poco a poco, a medida que el cielo clareaba, una raya oscura se iba formando en el horizonte dividiendo el cielo y el mar, y en el paño gris se formaban gruesas líneas que avanzaban bajo la superficie una tras otra, cada una siguiendo a la anterior, persiguiéndose en un movimiento perpetuo.

Al acercarse a la playa cada línea crecía, subía sobre sí misma, rompía y deslizaba un sutil velo de agua blanca sobre la arena. La ola se detenía, y después volvía a retirarse arrastrándose, suspirando, como un durmiente cuyo aliento va y viene en la inconsciencia. Poco a poco, la oscura raya en el horizonte se volvía más clara, como las partículas en suspensión en una vieja botella de vino que se hubieran posado en el fondo y dejado el cristal de su color, verde. También a lo lejos se aclaraba el cielo, como si el blanco poso se hubiera asentado, o como si el brazo de una mujer tendida bajo el horizonte levantara una lámpara, y planas líneas blancas, verdes y amarillas se esparcieran por el cielo, como las varillas de un abanico. Entonces la mujer levantó más la lámpara, y el ­aire pareció volverse fibroso y apartarse de la verde superficie, chispeando y llameando, en hebras rojas y amarillas, como el fuego humeante que crepita en una hoguera. Poco a poco, las hebras de la hoguera se fundieron en una neblina, en una incandescencia que retiró el peso del cielo gris algodonoso, llevándolo por encima de él, y lo convirtió en millones de átomos de suave azul. La superficie del mar se volvió poco a poco transparente, y permaneció así, rizándose y centelleando hasta que las oscuras líneas quedaron difuminadas. Lentamente, el brazo que sostenía la lámpara la levantó aún más y más, hasta que la amplia llama se hizo visible. Un arco de fuego ardía en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar despedía llamas de oro.


LAS OLAS ( Fragmento )






 
 
 

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